Hacer lo que hay que hacer
Lo que tiene de interesante convertirse en adulto no es poder beber cerveza, dejar de pedir permiso a tus padres para salir de casa o circular por las calles con tu nuevo vehículo. Lo verdaderamente interesante es ser capaces de transformarnos en los dueños de nuestras vidas, en los responsables de nuestras acciones.
De alguna forma, ser adulto no es otra cosa que escuchar el despertador, ignorar el deseo de seguir durmiendo y ponerse en pie de un salto para empezar a hacer las cosas que hay que hacer. Sin excusas. ¿Y cuáles son las cosas que hay que hacer? Las que te hacen feliz, las que crean amor y las que mejoran el mundo.
Para muchas personas estas tres tareas no tienen conexión, y nadie hay que deba decirles la felicidad o el amor por el que esforzarse. Pero no es así. Ser feliz —al igual que amar— es mucho más que una decisión personal, es un acto de responsabilidad social.
Y tiene sentido. Es cuando no somos felices cuando aflora lo peor de nosotros. Cuando nos volvemos egoístas, despiadados e insensibles. Es en el momento en que no desplegamos las alas de nuestra capacidad de amar cuando pitamos enfurecidos al coche que se demoró unos segundos frente al semáforo, cuando no ayudamos con las bolsas a la abuelita del quinto o cuando no preguntamos a quien siempre estuvo a nuestro lado «Oye, ¿y tú cómo estás?»
Nada hay desconectado. Ni el humor, ni la amabilidad ni el respeto a que otros sean quienes son o dibujen su camino.
Recuerdo algo que preguntaron un día: «¿Qué problema tienen algunos en que persiga mis sueños? ¿Por qué razón, y por loco que parezca, no se dedican a celebrar el milagro de ver a un joven construyendo su destino?»
Con retraso, te respondo: viniste a un mundo en el que hubo quien no se preocupó lo suficiente por ensanchar su corazón. En el que, señalando a su pasado, a un contexto o a un suceso desafortunado no reunieron las fuerzas para —sin aspirar aún a la cima— dar el pasito que sí podían. Un mundo que muchas veces no supo entender que no solo se trataba de ellos, sino de los demás, y que la felicidad de uno, por pequeña que sea, siempre contribuye a la riqueza de todos.
No. No solo eres feliz para ti.